21 de mayo de 2021

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR Y SU SANTA OPERACIÓN


Toda la vida de san Francisco, si se le presta atención, acontece bajo la guía del Espíritu Santo. Casi cada capítulo de su vida se abre con la observación: “Francisco movido o inspirado por el Espíritu Santo, fue, dijo, hizo…”. Hay algo que permanece inmutable desde san Francisco hasta nosotros, sean cuales sean los cambios históricos y sociales: el Espíritu del Señor. 

Una inmensa cantidad de signos anunciadores de nuevos tiempos nos estimulan y provocan hoy en día; nos corresponde a nosotros, como a san Francisco, convertirlos en posibilidades de una vida renovada, iluminándolos con nuestra fe, que es confianza, adhesión y decisión en el Señor.

Lo contrario es el miedo, la desconfianza y la parálisis que nacen en nosotros cuando nos apoyamos sólo en nuestras propias fuerzas y posibilidades, cuando nuestros horizontes no van más allá de nuestras preocupaciones de supervivencia, cuando nos parece que todo ha de pasar por nuestros esquemas. Si somos capaces de librarnos de estas insidias, tendremos la audacia de emprender nuevos senderos, no trazados ni evidentes, como hizo san Francisco, pues cuando confiamos en el Señor tenemos la certeza de que en Él y con Él todo es posible

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven y llena nuestros corazones con el fuego de tu amor!

17 de abril de 2021

TÚ ERES NUESTRA ALEGRÍA


Una de las cosas que más atrae de san Francisco es su alegría. En sus gestos, en sus palabras, en sus decisiones... reconocemos a un hombre que se sabía profundamente amado y cuidado por Dios. Escuchando a Cristo a través de su evangelio descubrió que sólo una cosa era necesaria y bastaba para todo: dejarse hacer, dejarse guiar, dejarse transformar por el Espíritu de Dios

San Francisco, a partir de su conversión, dejará de buscar el éxito y fama; ya no luchará por mantenerse en el pedestal porque habrá elegido el último de los peldaños, como Jesús, con Jesús. El no apropiarse de nada ni de nadie, de manera radical, será la raíz de su alegría verdadera: todo lo esperará de Dios, el altísimo y buen Señor, único necesario que basta para todo. 

Esta libertad del corazón es gracia, ¡sin duda alguna!, pero no ahorró a san Francisco de librar librar duras batallas: El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio. Y dichoso es quien nada retiene para sí, restituyendo al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios [Adm. 11].

¡Al Señor Jesús, que vive por los siglos, gloria y alabanza!